Jaufré Rudel – Canción del amor lejano


Largos los días en mayo son,
dulce del ave suena el cantar,
y yo recuerdo un lejano amor
cuando me alejo de ese lugar.
Voy con semblante triste y mohíno,
y hasta las flores del blancoespino
con el invierno me hacen pensar.

Veré, por Dios, al lejano amor,
al Señor tengo por muy veraz:
mas alegrándome con este don
-que está tan lejos- dobla mi mal.
Con mi bordón y con mi esclavina,
ah! Si pudieran, mi peregrina vida,
sus bellos ojos copiar.

Seré dichoso cuando me diere,
por Dios, albergue, en su lejanía;
cerca de ella, – si así quisiere-
yo – tan lejano – me hospedaría.
Mi amor lejano, cerca, diré ;
con voz cercana la embriagaré.
Y oiré su dicha: será la mía.

Si aquel amor he de ver un día,
triste y alegre me partiré.
Mas es tan grande la lejanía
que no sé cuándo la encontraré.
Sobran los pasos, sobra el camino…
Nada presiento de mi destino,
sólo Dios sabe si lo hallaré.

Si no disfruto el amor lejano,
de amor ninguno disfrutaré ;
que, cerca o lejos, tan soberano
bien, en ninguna parte se ve.
Tal es su prez y gentil verdad
que, aún entre moros, mi voluntad
quiere por ella cautivo ser

Dios que hizo todo cuanto se ve,
y también hizo este amor lejano,
me de, no el ánimo, sino el poder
de, al fin, mis ojos verlos cercano.
Serán su cámara y su jardín
los de un hermoso palacio, sin
que se mude mi parecer.

Ávido soy, y no mentirá
quien de mi amor me llame ansioso,
pues jamás nunca tuve otro gozo
que el de ese amor que me aguarda allá.
Mas lo que quiero me está prohibido.
Maldito sea el que me ha perdido,
y, sin amores, hízome amar.

Maldito sea el que me ha perdido,
y, con embrujos, ha conseguido
que nunca, nadie, me pueda amar.


Trad. Domingo L. Bordoli


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